La civilización romana se expandió por Europa, parte
de Asia Menor y el norte de África, formando un extenso imperio. Por su
extensión, el mismo se transformó en un gigante muy difícil de gobernar y
proteger, debiendo incorporarse a sus ejércitos a mercenarios “no romanos”, que
provenían de los pueblos agrícolas que se ubicaban más allá de sus fronteras
quienes, posteriormente, atacarían el imperio y posibilitarían las invasiones
bárbaras. Además la necesidad de un gran
aparato burocrático dio lugar a la formación de grupos privilegiados que
generaban enormes gastos, los cuales fueron cubiertos por impuestos que oprimían
a los sectores menos poderosos. En el año 395 d. C. el emperador Teodosio I
dividió el imperio entre sus dos hijos: Arcado se convirtió en emperador de
Oriente, con capital en Constantinopla (Bizancio, por eso también fue llamado
Imperio Bizantino), y Flavio Honorio en emperador de Occidente, con capital en
Roma.
Este
último no logró superar la crisis política y financiera y en el año 476 d.C. se
comenzó a desintegrar, tras el ingreso de
diferentes oleadas de grupos nómadas que se desplazaron por su
territorio instalándose en el mismo para formar reinos.
Para
algunos historiadores se trató de invasiones mientras que otros sostienen que
estas comunidades ingresaron como consecuencia lógica de la propia debilidad
del imperio dependiente de Roma.
Sin
embargo, el Imperio de Oriente, perduró hasta 1453 d.C., momento en el cual su
gobierno pasó a manos de los Turcos Otomanos. Precisamente, ambas fechas han
sido utilizadas como límites para ubicar temporalmente a la Edad Media.
La
época medieval puede ser subdividida en dos períodos: la Alta Edad Media,
ubicada entre los siglos V y XI d.C. “(…) cuando los reinos germanos y la
Iglesia Católica influyeron en la formación de Europa, al tiempo que se
desarrollaba el feudalismo; y la Baja Edad Media, entre los siglos XI y XV,
período durante el cual se llevaron a cabo las Cruzadas, se produjo una
renovación del comercio y la producción artesanal, y entró en crisis el sistema
feudal”[1].
El
continente europeo fue escenario de la instalación de diferentes reinos
bárbaros: la Península Itálica fue poblada por los ostrogodos, la Península
Ibérica dominada por los visigodos y el norte de la Galia (actual Francia)
ocupada por los francos, mientras que las Islas Británicas fueron controladas
por anglos y sajones. En su avance, estos grupos destruyeron a su paso gran
parte del arte y las construcciones romanas, pero adoptaron parte de sus
instituciones (como el Derecho) y se convirtieron al cristianismo.
En
la construcción de Europa sería fundamental la obra de un rey franco,
Carlomagno (768-814) quien conquistó los territorios vecinos construyendo un
imperio con la colaboración de la Iglesia Católica. Sin embargo, tras su
muerte, el imperio se desintegró y Europa quedó dividida en varios reinos
controlados por familias poderosas locales (dinastías) hasta que Otón I, rey de
Germania, estableció, aliado con la Iglesia Católica, el Sacro Imperio Romano
Germánico.
En los siglos IX y X se produjeron nuevas invasiones
provenientes del norte, sur y este que determinaron nuevas modificaciones
territoriales. La paz instalada desde Carlomagno desapareció y los pobladores
sufrían la inseguridad, desapareciendo casi totalmente el comercio, al tiempo
que el uso de la moneda se redujo a las transacciones locales.
Muchos
pequeños propietarios de tierras, que no tenían medios para defenderse por sí
mismo firmaron un “contrato feudal” con un señor de mayor linaje, integrándose
a sus tropas. El Rey era el Señor máximo y sus vasallos, los nobles más
poderosos eran, al
mismo tiempo, señores de terratenientes de menor rango,
formando una estructura piramidal.
El papel de la Iglesia Católica
Fue
la institución de mayor influencia durante la época feudal, siendo uno de los
factores de unidad después de la disolución del Imperio Romano de Occidente,
manteniendo un gran poder espiritual y material, ya que era dueña de gran parte
de las tierras del continente. El Papa influía sobre la política y la cultura,
siendo sus miembros los únicos que sabían leer y escribir. Los eclesiásticos
controlaban las creencias y los valores morales de toda la población, llegando
a enfrentarse con los reyes por el poder. Se sostenía recaudando el diezmo,
cuyo aporte era obligatorio.
Entre
los años 1095 y 1291 la Iglesia organizó expediciones militares destinadas a
evitar la expansión de los musulmanes, buscando recuperar el control de la
Tierra Santa, en el cual participaban los hombres movidos por la ambición, la
sed de aventuras o escapando de condenas criminales.
Si
bien todas las tierras conquistadas fueron recuperadas por los turcos las
cruzadas contribuyeron en el debilitamiento de los señores feudales, encargados
de financiar las expediciones, y permitieron abrir el Mediterráneo a Europa,
favoreciendo los intereses comerciales de Venecia y Génova, estableciéndose
relaciones comerciales con el Lejano Oriente. Además, el contacto de la Europa
feudal con las civilizaciones musulmanas permitió la difusión de obras clásicas
y la transmisión de nuevos conocimientos científicos, fundamentalmente en astronomía,
geografía, medicina y química.
Resurgimiento del comercio y desarrollo
de las ciudades
Luego
de las invasiones de los siglos IX y X, la violencia y la inseguridad disminuyeron. La posibilidad de volver a
transitar caminos, ríos y mares permitió el resurgimiento del comercio, a cargo
de mercaderes, entre los que había vasallos feudales y campesinos que
negociaban a nombre de sus señores, enriqueciéndose mediante iniciativas
propias que llevaban a cabo simultáneamente.
Los
comerciantes, se instalaron en las ciudades cerca de las costas, instalando
mercados protegidos por las autoridades que se beneficiaban con la nueva
actividad. Estas ciudades eran de mayores dimensiones y población que las
aldeas, y en ella se instalaron artesanos, comerciantes, clérigos,
profesionales y funcionarios, generando una fuerte corriente migratoria rural-
urbana.
La
tecnología permitió a los burgueses controlar la economía, y comenzó un período
de enriquecimiento de este sector social que, no obstante, carecía de poder político.
Sin embargo, al apoyar a los reyes con préstamos y con mayores aportes
tributarios fueron logrando imponer su autoridad sobre la nobleza y el clero,
permitiendo, lentamente, el pasaje hacia la sociedad moderna.
Contrato de Vasallaje
Obligaciones
del Vasallo:
- prestar servicio militar
- acompañar a su señor en la guerra, dentro y fuera
del territorio.
- no podía luchar contra el señor feudal ni contra
sus hijos.
- asesorar al señor a fin de ayudarle a resolver
los casos difíciles.
- participar del rescate del señor si éste era
hecho prisionero.
- ayudar a pagar la dote de la hija del señor al
casarse y el equipamiento del primogénito cuando era armado caballero.
- Ofrecer a su vasallo protección y justicia.
- No podía atacarlo ni insultarlo, como tampoco
perjudicar sus bienes.
- Si el vasallo moría, el señor feudal colocaba
bajo su tutela a los hijos menores, protegía a la viuda y procuraba casar a las
hijas. Si faltaba a estos deberes, cometía el delito de felonía.
Otras
disposiciones de la época:
-
El Señor podía apoderarse de las tierras de su vasallo en caso de que éste
muriera sin haber nombrado herederos.
- El
señor se encargaba de la administración
de la justicia dentro del feudo, acuñaba su propia moneda y ejercía el
monopolio del horno y el molino, donde los campesinos debían dejar una parte de
sus productos o pagar un impuesto para poder usarlo.
Bibliografía utilizada:
-
Anderson, Perry.
Transiciones de la Antigüedad al Feudalismo. México: Siglo XXI, 1979.
-
Delgado de Cantú,
Gloria. Historia Universal. México: Pearson, 2010
-
Heers, Jaques. La
invención de la Edad Media. Barcelona: Crítica, 1995.
-
Pernoud, Régine.
Para Acabar con la Edad Media. Barcelona: Olañeta Editor, 1999